En su ciclo de evolución permanente,
cada gota se derrama, congela, evapora,
se destruye a si misma
y renace eternamente.
En su forma etérea,
gaseosa, incandescente,
transforma los cielos,
en el lenguaje universal de los elementos.
Cada gota es un cuerpo
con miles de átomos
que en sus núcleos
esconden el secreto vital.
Cada gota sube
buscando, encontrando, uniendo,
compartiendo su energía,
en sonidos eléctricos.
La unión hace la fuerza,
sabio conocimiento
de una gota de agua
en pos del firmamento.
Se expresan en mil colores
las gotas en el aire;
las respiramos, bebemos,
transpiramos y lloramos;
derramamos, contaminamos,
ignoramos y desperdiciamos.
¿Acaso en nuestra evolución,
en el desarrollo de la tecnología,
hemos perdido el instinto primitivo,
compartido por todos los seres vivos?
¿Será que al desarrollar tanto nuestra mente,
hemos perdido el simple sentido
de la conexión vital,
con nuestra esencia animal primitiva.,
capaz de leer en la tormenta
el mensaje natural
de nuestra madre tierra?
Las gotas se unen
cubriendo los cielos,
reclamando, bramando, tronando,
desplegando toda la fuerza
de sus líquidos cuerpos.
Iluminando, sorprendiendo,
atacando, aclamando,
con su presencia,
demostrando con violencia
el hartazgo del maltrato.
Golpeando, arrasando
con la fuerza suprema
de la naturaleza.
Cada gota recorre nuestros cuerpos,
enviando su mensaje vital,
célula a célula,
a través de los tiempos,
Sólo debemos
detenernos un momento,
cerrar los ojos,
vaciar el cerebro,
escuchar hacia adentro,
oiremos el murmullo
de nuestro río interno,
la vida fluyendo en gotas
por los órganos y tejidos,
buscando el cauce vital,
cayendo en cascadas,
regando nuestra carne y huesos.
El mensaje vital,
la fuente misma de los sueños,
sólo debemos olvidar nuestros pensamientos
y sumergirnos en nuestro mar interno.
Ramior
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