sábado, 26 de marzo de 2011

Tierra, agua, madre Gaia.

El agua avanza despiadada sobre nuestra frágil existencia y la misericordia lava nuestras almas purificando la tierra.
La vida en sus átomos floreció en mil formas de belleza infinita y energía creadora.
Surgimos del barro y parece que hemos olvidado que pertenecemos a ella y que nos habita en cada célula.
Cambiamos, construimos, destruimos, contaminamos, peleamos, involucionamos.
Los paisajes cambian con la naturaleza del tiempo, la tierra sigue su curso mientras se desangra.
Nosotros seguimos creyendo que el oro brilla en nuestras manos y su dureza nos llevará a la eternidad, cuando lo único seguro es en polvo y agua nos convertiremos y nuestra energía transmutará con la fuerza que a la madre le entregamos.
Cada decisión es el inicio de una serie de episodios que, desafortunadamente, ciertos personajes de la historia eligieron concebir en nombre del avance de la humanidad.
Hoy cada paso hacia delante nos sumerge en la ciénaga de la oscuridad, en la cual el egoismo, la vanidad, la avaricia y la gula son excusas nada más.
Mientras nos hundimos en la miseria, viendo desde lejos, sin que nos afecte, como mueren aquellos que son inconscientes del péndulo sobre ellos. De la espada que está a punto de caer, cuando el dedo del que penden los hilos de la historia se acalambren nuevamente por el peso de su ser, lleno de ira, odio, dinero y poder.
Pero Gaia llama con sus llantos precisos y su grito ahogado, buscando las conciencias de quienes puedan hacerse cargo, la vida es y será pesé a nuestro pasar, sólo queda en nosotros cambiar, para recomenzar.

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