miércoles, 7 de mayo de 2008

Agua de la eternidad

Agua de la eternidad
Si las fuentes, pozos y manantiales constituyen la vida; la vida que brota cristalina, corriente y ruidosa, es absolutamente normal que hayan desempeñado un importante papel en los cultos y también en el universo de la alimentación y la comida. Así las cosas, todos los pueblos atribuirán a algunas aguas, virtudes mágicas y curativas: poseen el poder de regenerar y acercamos a los dioses. A todos los dioses. No es pues ninguna casualidad que al mayor santuario y oráculo de la Antigüedad, el de Delfos, se le localice en las cercanías del manantial sagrado del mismo nombre, tampoco es casual que el antiquísimo mito quechua-aymara de los hermanos Ayar, localice el punto de partida de estos semidioses y sus esposas en las aguas del Titicaca. La Biblia relata sobre las prodigiosas aguas que hace brotar Moisés de una roca situada en el corazón del desierto del Sinaí.
El agua es pues la más universal de las bebidas, pero más allá del agua corriente y normal existen las denominadas aguas minerales que, pese a todas las confusiones que se dan al respecto, cada una de ellas tiene un sabor particular, diferente. Prueba de esto lo encontraremos en naciones tan disímiles y distantes como Marruecos y la China, países donde los catadores de agua son una institución histórica. En ambas naciones, los catadores de agua han sensibilizado tanto el paladar que les es posible, sin muchos esfuerzos adicionales, apreciar los matices más sutiles de las aguas minerales. Estos catadores llegan a reconocer, por el sabor, los manantiales de donde proceden las aguas que contactan con sus labios.

x (del libro Crónicas gastronómicas)
Foto: Ana vera.

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